El 29 de diciembre de 1996 yo vi llorar a mi abuelo, él miraba a través del televisor el fin de aquello que le tocó vivir, 36 años de guerra, con la cual tuvo que crecer, pero que ese día histórico la esperanza conmovió su corazón.
La historia de Guatemala es una
línea de tiempo marcada con sangre, cuyos acontecimientos han provocado muerte
y destrucción, producto de la injusticia, de la tiranía, del saqueo y de la
ignominia de quienes ostentan el poder para servirse de él. No obstante,
ignorar estos hechos es un acto irresponsable como ciudadanos y ciudadanas, la
historia no se puede obviar, no se puede esconder, ella grita hasta romper los
barrotes del olvido y convertirse en un referente de lo actual. Las demandas de hace veinte, treinta, cuarenta y cincuenta años
siguen presentes. Es por eso que los Acuerdos de Paz no han perdido vigencia y
deben considerarse como un logro político importante para la construcción de
una sociedad democrática y desarrollada, ya que ese es el espíritu de los
mismos.
El proceso que conllevó a la
Firma de los Acuerdos de Paz fue de mucho aprendizaje para esta sociedad, la
cual no necesariamente se caracteriza por el diálogo sino por la fuerza, el
chantaje y la desacreditación. En este esfuerzo todos los sectores de la sociedad
se sentaron a dialogar sobre problemáticas que tocaban profundamente al país y
se acordaron aspectos importantes; así pues, estos acuerdos son una ruta franca
de por dónde pueden transitar las políticas generales del país. Pero cabe
preguntar ¿en qué momento como ciudadanos nos inhibimos del cumplimiento de los
mismos, dejando solo al Estado como responsable? Eso no
justifica la ineficiencia del Estado, al contrario, demuestra la indiferencia
hacia la construcción de la Paz. Si algo aprendimos de las gestas del 2015, es
que la ciudadanía debe empujar los procesos y que ella forma parte fundamental
del ejercicio político, la participación a través de herramientas democráticas
y legales dejan la puerta abierta a que nosotras y nosotros como ciudadanos,
siendo protagonistas de la historia y no espectadores.
Esa indiferencia generalizada ha
provocado que las causas que llevaron al levantamiento armado, sean vistas con
“normalidad”, son esas mismas que hoy golpean a la población. En términos
cualitativos, pasamos de la violencia política al crimen organizado incrustado
en todos los ámbitos de la sociedad. Las
condiciones son las mismas, el levantamiento urgente debe ser de compromiso
para con quienes no han nacido, las futuras generaciones claman por vivir en
condiciones dignas, aquél Pacto Social contraído debe ser implementado. A pesar
de haber nacido en el ocaso del Conflicto Armado Interno, quienes tenían el
porvenir en sus manos me han quedado a deber, yo no quiero estar en deuda con
el futuro.
Es imprescindible que tomemos en serio
nuestro papel, debemos ser intolerantes contra la ineptitud, la corrupción dentro
del Gobierno, críticos, objetivos y vigilantes ante su actuar; En medida que la
anomia sea nuestra justificación, el cuestionamiento de si los Acuerdos de Paz
son vigentes o no seguirá pesando, para sacarlos finalmente del camino y la
discusión social. La Paz sí se firmó, nos toca construirla. Que este
aniversario y la llegada de este nuevo año sean incentivo para que la primavera
florezca.
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